No tenía la mejor voz, ni el mejor estudio, ni la promoción de una disquera poderosa. Pero Chalino tenía algo más fuerte: verdad.
Rosalino Sánchez Félix, mejor conocido como Chalino, no solo cantaba corridos: vivía dentro de ellos. Era una mezcla de balazo y poesía popular, de dolor personal convertido en testimonio colectivo. En su garganta ronca cabían la venganza, el amor, la traición, la frontera, el barrio, la cárcel y la muerte.
Sus canciones eran retratos sin maquillaje: nombres, fechas, lugares. Sin filtros. Por eso lo amaron y por eso también lo temieron.
En 1992, poco antes de morir asesinado, recibió una nota amenazante mientras cantaba. Se la guardó en el bolsillo y siguió la canción. Porque Chalino no sabía cantar sin entregarse. Y en ese momento, se convirtió en leyenda.
Hoy, generaciones nuevas lo redescubren. En los corridos tumbados, en los homenajes, en la cultura del TikTok y en los playlists de quienes no habían nacido cuando él ya cantaba sobre la muerte.
Porque Chalino no fue moda. Fue un parteaguas.
Y aunque lo mataron hace más de 30 años, hay algo que no han logrado callar: su voz sigue viva en cada corrido que dice la verdad sin pedir permiso.

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